Diario de viaje 33.

Domingo 4 de junio. Portomarín ­ Palas de Rei.
Etapa 32: 24,3 km.
St. Jean ­ Palas de Rei: 706,8 km.
A Santiago: 67,5 km.

Al final pude pegar ojo y, obviamente, se me despega ante los primeras anunciaciones peregrinas. Salgo del albergue y, mientras me ato las botas, veo un ciclista que se está yendo.

¿Hasta dónde vas hoy?, le pregunto

Posiblemente hasta Santiago, si todo va bien.

¿Santiago? ­me quedo frío.

Un vértigo inusitado corre por mis venas dejándome emocionadísimo. Los ciclistas llegan hoy a Santiago o como mucho, pararán en Monte de Gozo, cuatro kilómetros antes, para entrar mañana a la mañana. Es la primera vez que escucho esta respuesta y me congeló.

De alguna forma el Camino se está terminando y eso me llena de una sensación extraña, mezcla de tristeza y felicidad enormes.

Desayunamos frente a la iglesia. Luego, una caminata medio monótona y llena de gente nos acompaña hasta Gonzar, donde tomamos unos Cola Cao con valencianas para entrar un poco en calor. Compartimos mesa con un médico que está haciendo el camino por una promesa que hizo. Viene demasiado maltrecho, con las dos piernas doliéndole demasiado, y un ridículo sombrero berreta de peregrino de los que venden en Portomarín. Hablo un rato con él, pero siento que ni cargo se hace del costo de la promesa y no se me ocurre cómo explicárselo. Es más, no sé si le interesa que lo haga así que lo dejo pasar.

Seguimos caminando y la gente continúa pasando, muchos grupos grandes, demasiado peregrino de fin de semana y un grupo ­que hasta ahora no había visto­ de seis personas, todos bastante grandotes, que están comiendo junto al camino cuando los paso. También me cruzo con Casey ­holandés­ más de una vez; va parando en un bar tras otro testeando la cerveza y el vino local porque dice que sino no entra en calor. Paramos nuevamente en Ligonde, donde está la fuente del peregrino. Un grupo católico ­llamado Ágape­ puso un refugio que es lindísimo. Sirven café gratis, pero no tienen nada para comer, así que seguimos hasta un bar que está más adelante luego de tomarnos el café y charlar un rato con los chicos. Este bar, es una casa con un cerramiento improvisado adelante y ubicada en medio de la nada. No es muy agradable, pero teóricamente no habrá nada más por un muy buen rato. La familia de gordos, yankees por lo que luego me enteraré, también entra a comer.

Así es todo el día. Bastante fresco y cruzándonos constantemente con gente, mucha gente.

Llegamos a Palas de Rei tipo cuatro de la tarde. El albergue, está lleno hace horas y la única opción que queda es alguno de los hostales. Conseguimos uno al lado del albergue. Una habitación demasiado linda para lo que cuesta, y con vista al oeste.

Nos duchamos, vagamos por los bares, vamos hasta la iglesia y luego volvemos a los bares. Estaba anocheciendo cuando salgo para hablar por teléfono al próximo refugio, para ver si hay dónde cenar o si tenemos que comprar comida por el camino, me cruzo con Toño que no había vuelto a ver desde aquella noche en Ponferrada. Me cuenta que el primer día estuvo muy mal y al siguiente, caminó con dos argentinas que habían pensado en engancharse al camino. Pero no les gustó, y lo abandonaron esa misma noche. Me quedo pensando que hubiera pasado si esas dos chicas hubieran sido Nati y Caro. No logro comunicarme con el albergue ya que no me atiende nadie. Está bien, no se puede anticipar el camino, ¿no?

Palas de Rei. 67,5 kilómetros de Santiago. Acabo de ojear el diario de cuando estaba en Pamplona, a 672 kilómetros. Tenía tantas preguntas como ahora, o quizás una menos: si el camino serviría. Y hoy creo que si. Aunque siga sin cerrarlo, aunque puede ser porque todavía no haya terminado, ¿no?

Sigue siendo impresionante. Lo que pido, aparece; lo que tengo, se va. Algo así como un juego de impermanencias y apegos. No tengo nada, o tengo todo.

Por lo pronto, no tengo lo que planeo sino algo mejor. Lo que agarro, se va.

Siento que somos energía impermanente y nos prendemos y apagamos como luciérnagas. Así es como algún día no nos prendemos más y morimos. En cada etapa del Camino hay alguien que sabrá dejar algo en uno; y algo que se irá.

Vaciar para llenar.

Llenar para perder.

Y mientras me entretengo agarrando o perdiendo cosas el Camino se esfuma como la vida. Estoy a tres días de Santiago y no puedo definirlo mejor. Simplemente, estoy a tres días de Santiago.

Anterior Siguiente